jueves, 23 de septiembre de 2010

Y si acaso no brillará el sol...

Ni bien pusimos un pie en el aeropuerto de Caracas, empezamos a darnos cuenta que todavía no despertábamos del sueño de haber pasado un tiempo en Argentina. Sabíamos que esta vez la idiosincrasia venezolana no nos iba a ser tan afín, por lo que decidimos irnos casi corriendo a Colombia, sabiendo de los riesgos económicos que implicaba no quedarnos un tiempo en Venezuela que tantos réditos nos había dado. Tardamos un día en llegar a la frontera de Maicao cerca de Maracaibo, y todavía nos costaba despertaros del sueño argentino, habían pasado tantas cosas hermosas en la Patria (el nacimiento de Pedro, cumpleaños de 30, reencuentros hermosos con familias y amigos, viajes, fiestas, etc) que nos costaba caer que estábamos haciendo en el Caribe. Anduve unos días con una sensación rara, sentía que había perdido algo, como que me faltaba algo en los bolsillos. Al fin descubrí que me faltaban las llaves. Llaves de que iba a tener sino tenía a donde ir...
Llegamos a Santa Teresa, Colombia, pasamos una noche y nos fuimos a Taganga un pueblito cerca, donde nos habían recomendado que se podía vender bien. Un pueblo de pescadores invadido ya por la actividad turística. Alquilamos una pieza en lo de Chichi, una especie de Don Ramón en versión colombiano costeño, con la esperanza de poder hacer algo de dinero y conocer el lugar. Con el correr de los días, nos dimos cuenta que iba a ser complicado sobrevivir en la pobre y dura Colombia, ya no estábamos en la generosa Venezuela, obviamente solo hablando de dinero.
La lluvia y la Policía colombiana, coartaron casi toda posibilidad de hacer alguna buena venta por lo que nos resignamos a ir a la playa o a seguir agrandando el parche. Los días pasaron en lo de Chichi entre risas, charlas y mate con Mauro, uruguayo artesano y Camilo, francés que hacía poco empezaba a viajar y con el que logramos una afinidad increíble, al rato de conocernos estábamos hablando apasionadamente de Futbol, así que era obvio que íbamos a terminar siendo amigos, yo convenciéndolo que se haga de River y el que me haga del Bourdeax.
Después de unos días, Chichi, el dueño de casa, algo aficionado a la botella, empezó a soltarse más y nos contó de sus andanzas y las "buenas" épocas de Taganga y de las playas cercanas, donde quizá tardaban 3 días cargando un barco con marihuana que salía para Norteamérica, o de como llegaba la policía cuando había un cargamento, arreglaban y al rato la policía también se ponía a cargar o de algún que otro muerto por alguna desobediencia, según él todo esto ya no pasaba.
También hubo días oscuros en, a Camilo quisieron robarle, a Julio cubano y su novia alemana la amenazaron con un cuchillo y a otras chicas también intentaron robarle. Una noche se escucho un escándalo bárbaro en el patio, dos irlandesas llegaron al hostal todas golpeadas, al parecer la policía les había encontrado perico (cocaína) como extorsión le sacaron toda la plata que tenia, y las dejaron ir, a los pocos metros unos hombres que habían visto la secuencia las interceptaron y le pidieron dinero, como ya no tenían, las golpearon brutalmente, llegaron al hostal y atrás llegó la policía (los que les habían quitado la plata) enterados de la secuencia con los hombres, querían llevarse a las chicas para que reconozcan a los hombres, las chicas se encerraron en la pieza y ya no salieron. Yo me entere todo esto al otro día por Ceci, que escucho los gritos, la verdad que esa noche dormí plácidamente. En fin, como diría mi madre “un culebrón”.
Faltaban 5 días para que se termine nuestra estadía, cuando Mauro se empezó a sentir mal. Pensamos que se había intoxicado con pescado, después de 2 días seguía mal y fue al médico. Le diagnosticaron dengue. Al día siguiente, yo empecé con exactamente los mismos síntomas. No fui al médico porque ya sabíamos lo que era, además varios argentinos se habían agarrado dengue también en Taganga.
El Dengue me liquidó física y sobretodo, anímicamente. Volaba de fiebre y me dolía el cuerpo como si me hubieran matado a piñas, como debe doler el reuma (me imagino, aunque no sé como duele el reuma). Estaba en una pieza blanca sin ventanas, con un ventilador que movía aire caliente, sin hambre, en pleno Caribe muerto de frio, no lo podía creer, encima por un lado, tenía que tolerar escuchar rancheras a todo volumen que el vecino de enfrente ponía en su Pionner de los 70 y por el otro, el vecino de atrás no se queda atrás con la potencia sus parlantes que escupían vallenato y reggaetón.
La cabeza se me lleno de preguntas ¿Qué estoy haciendo acá? ¿A dónde voy? ¿Por qué tengo que pasar por todo esto? No hay nada mejor, No hay nada mejor que caaaasa, sonaba en mi cabeza el tema de Cerati. Por suerte, tenía una enfermera de lujo. Ceci casi que me obligaba cada 4 horas a meter en la ducha para bajar la fiebre, me preparaba jugos, y me mantenía mojado la toalla que usaba en la cabeza.
Mauro, cuando se levantaba, con una sonrisa me anunciaba los próximos síntomas (sarpullido, dolor de muñecas y tobillos, etc) mientras Camilo venia cada tanto a alentarme, se había quedado en Taganga para viajar con nosotros y estaba esperando a que me recupere.
Cuando se me pasó un poco el dolor de ojos, me puse a leer y como en aquella hepatitis que pegue luego de un viaje por Misiones, esta vez también me acompaño Dostoievski, con los hermanos karamasov que devoré en 4 días.
Al fin, casi recuperado y ansiosos por irnos, partimos con Camilo y Ceci a Quebrada de Valencia en el jeep del vecino que escuchaba rancheras. En la casa de chichi habíamos conocido a Santiago, músico virtuoso de jazz, que tenía una finca en la quebrada y habíamos arreglado para ir. Estadía a cambio de trabajo
La caminata que nos llevó hasta la casa fue de una hora montaña arriba cruzando ríos, entre una vegetación medio selvática, cuando llegué me di cuenta que no estaba recuperado del todo y que me sentía débil, por lo que me tiré en la hamaca y ahí quede recuperándome 2 días mas. Camilo y Ceci, como buenos leoninos cumplidores, se pusieron a trabajar inmediatamente. Me gané el apodo de “costeño” por parte de Camilo (entre nosotros el costeño tiene fama de poco trabajador). Cuando estuve recuperado me puse a trabajar. Ceci cayó en cama con fiebre, con los mismos síntomas de dengue pero bastante más leve.
Me había ilusionado en venir a la finca porque pensé que íbamos a hacer chocolate, (una finca cerca de ahí, te empleaba para hacer a cambio de casa y comida) pero el trabajo fue de hacer pozos, acarrear tierra o recolectar frutos. El lugar era hermoso, una casita en la cima de un monte rodeada de plátanos, plantas de aguacate, guayaba, pomelos etc pero el trabajo no nos convenció a ninguno de los tres y al quinto día decidimos bajar. Para dolor de los 3, nos separamos, Camilo agarró para Santa Marta y nosotros para Palomino. Quedamos en reencontrarnos en Cartagena.
En Palomino, un pequeño pueblo paraje de ruta, nos quedamos en un camping de Hippie-Koguis (los Koguis son una comunidad de indígenas que viven en la sierra nevada de santa marta, sin contacto con la civilización y que custodian que nadie suba al pico nevado) estos habían bajado para vivir en el pueblo pero de una manera bien ecológica, por eso les pusieron Hippie-Koguis. Nos quedamos 3 días ahí, esperando que Ceci se recupere. Caminamos, fuimos a la playa y dormimos mucho.
Una vez listos, partimos para el parque nacional Tayrona, de lo más famoso de la costa colombiana. Hicimos noche en calabazo y entramos a las 5 de la mañana cuando no había nadie, porque la entrada nos resultaba realmente cara. Caminamos entre montañas durante 4 horas, cruzamos ríos, cascadas, nos encontramos con arboles realmente increíbles, con raíces enormes y alturas impresionantes, insectos, pájaros, lianas, mariposas, etc. El Tayrona es lo más parecido al paraíso que uno pueda imaginarse. Llegamos a Playa Brava. Mar turquesa, palmeras, dos ríos que desembocan en la playa, fondo de montaña verde selva, increíble, encima no había ningún turista, solo un Kogui de 13 o 14 años que administraba el lugar, un amigo de él y Sasha, un colombiana treintañera con sus 2 hijitos, que limpiaba y cocinaba. Como los bungalós salían muy caros pusimos la carpa debajo de ellos para cubrirnos de la lluvia. Hicimos muy buena onda con Sasha, y nos regalo comida, panes y otras especias.
El paso por el paraíso me hizo bien. La convivencia con la naturaleza me lleno de energía y me renovó el ánimo que venía castigado, me dio un baño de luz y me saco la oscuridad de los días anteriores.
Nos fuimos de Playa Brava sin querer irnos a seguir recorriendo el parque, pasamos por unas ruinas antiguas de los tairona llamada Pueblito, muy hermosas, y seguimos camino a Cabo San Juan y Arrecifes, esta parte del parque estaba bastante poblada de turistas así que no nos sentimos tan Adán y Eva, igualmente son de una belleza extraordinaria. Acampamos en lo de don Pedro, y nos volvimos adictos al Pan de chocolate que se hacía en la rustica panadería de ahí, nos tuvimos que ir del parque porque ya no teníamos comida y todo salía carísimo. Eso sí, salimos por la entrada principal, por donde el paraíso está bien custodiado por las fuerzas policiales y tiene un alto precio.
Llegamos a Cartagena de indias y fuimos a parar a lo de Gladis y Cristo, una familia que suele alojar viajeros argentinos. A la mañana siguiente salimos para la ciudad amurallada en busca de nuestro amigo francés Camilo. El casco histórico de Cartagena es de cuento de Piratas. Las casa coloniales de colores, con balcones de flores, con antiguas iglesias está rodeada por una larga muralla que todavía conserva los antiguos cañones de la colonia apuntando al mar. Es todo de cuentos.
Nos reencontramos con Camilo y nos fuimos al club náutico a buscar un barco para cruzar a Panamá. Conocimos a Hernando, un capitán de un velero de lujo que salía esa misma tarde, después de coquetear un rato y de birras de por medio, caímos en la cuenta que era imposible para nuestra economía. Cuando nos estábamos yendo, aparecieron una pareja de turcos que se iban a Panamá en estos días. Como no hablaban casi español Camilo hizo de intermediario, bajamos el precio lo más que pudimos con la condición de que consiguiéramos más gente. En el hostal de Camilo conseguimos 5 argentinos que también querían cruzar y al otro día nos encontramos con los turcos, nos mostraron el barco y nos hablaron de las condiciones etc. (Todo a través de Camilo que era nuestro traductor oficial, que durante esos días lo exprimimos.)
Quedamos en contestarle, al final los argentinos le dijeron que no porque les cayó mal el turco. Camilo dijo en chiste “estos argentinos son racistas, eh” y yo le explique la mala experiencia que habíamos tenido en Argentina en los 90 con un turco.
Al otro día, nosotros les escribimos que si queríamos ir en las condiciones que habíamos hablado y aceptaron. Lo encontramos al hombre yendo en taxi cuando íbamos camino al puerto para encontrarnos con ellos, le entregamos los pasaportes y le intentamos explicar a través de Camilo que si podíamos salir el viernes porque el jueves teníamos que hacer tramites, el turco se recalentó y dijo de ninguna manera, Camilo intentó convencerlo pero nada, ya se veía que se pudría todo, cuando baje del taxi le dije a Ceci que yo no iba a estar 2 días en mar abierto con gente con la que tuviera mala onda, le pedí los pasaportes al turco que no entendía nada, y nos fuimos. Así eche por la borda (hablando de barcos, je!) la primera oportunidad de cruzar a Centroamérica, ahora estamos a la dulce espera de un nuevo velero que nos haga precio o de un carguero que se digne a cruzarnos