lunes, 26 de enero de 2009

Andar nuevos caminos

Notas sueltas desde el Cabo…



“El Faro es la mirada de la Civilización

sobre los hijos suyos esparcidos por el Océano.”

Macedonio Fernández






Me levante con la convicción de que prefiero tomar mate cocido todo el día y dormir en carpa a tener una maquina de café automática y un cómodo colchón. La libertad es impagable y la comodidad, una gran trampa. El calendario gregoriano y el reloj pésimos inventos para el espíritu.


El año empezó con un gran banquete y la alegría de volver a encontrarme con la familia, de sorpresa cayeron a visitarme mi sobrina, abuela, hermano y cuñada, pasamos varios días juntos. Para nosotros fue una inyección anímica y una felicidad enorme volver a ver después de muchos meses a mis seres queridos, luego llegaron mis viejos y volvió una nueva inyección y una nueva felicidad. Aunque logré deshacerme de una buena parte de mi mochila que le entregué a mi madre para que la llevé nuevamente a Merlo (cada día necesito menos cosas y por raro que parezca me siento orgulloso de eso), el tamaño y el peso sigue igual porque con la llegada de mis viejos llegó mi sagrado tambor, un alimento para el alma y un dolor para el cuerpo.

Si bien no la estamos pasando nada mal, y la verdad no tenemos de que quejarnos, “la alegría y el hastío” como me escribió mi amigo Ricardo son de igual medida.

Nos surge la ansiedad de movernos, de volver a la ruta, a la incertidumbre de donde dormiremos hoy, que comeremos o quien será el loco que nos llevará. Mientras tanto nos aprovechamos de esta situación y robamos la dirección de todos los que llegan hasta la confi, se enteran de que vamos mapa arriba y nos dicen que los pasemos a visitar.

No queda más que un mes y si fuera por nosotros ya arrancaríamos, pero el compromiso “moral” y afectivo sobre todo, que adoptamos con las que hoy consideramos nuestras amigas, Sil y Maru, es innegociable por lo que seguiré levantándome todos los días a mirar el mar y veré que aprendo de nuevo en este camino.


Por la tarde, después de cerrar la confitería, siempre damos un paseo por Cabo Vírgenes, cuando estamos regresando y miro a lo lejos la casa y el faro, el mar y la inmensidad de la estepa patagónica, el atardecer, la soledad y el silencio, no puedo más que sonreirme y decirme a mi mismo, “será una paradoja que tenga que vivir al lado de un faro en este momento de mi vida o solo una casualidad…” me encanta la postal que veo al regreso de las caminatas y no puedo creer que sea yo el que vive ahí.

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El otro día icé una bandera Argentina en el mástil de la confitería porque la anterior ya era un trapo, mientras lo hacía recordé los actos del colegio, donde fui abanderado o cada tanto pasaba a la bandera, y lo hacía como algo más a cumplir del protocolo escolar. Me canté a mi mismo “Aurora” con una sonrisa de costado, mirando el estrecho de Magallanes, dominado por plataformas chilenas. Aunque no me siento patriota para nada debo admitir que cierto cosquilleo sentí. En la confitería tenemos un libro de visitas y los mensajes que deja la gente son dirigidos a la patria, al país, etc.… ¿Acaso Merlo, o San Telmo, o Morón son menos Argentina que este lugar, históricamente habitado por gente de origen británico? ¿Será la cercanía con la medianera del vecino chileno, lo que despierta la nacionalidad, o ese fervor por el país en la gente que escribe y que, estoy convencido, en el lugar donde viven lo olvidan tan rápido como yo? ¿O son solo las vacaciones?


Si me preguntan a mí, arriba de la Argentina izaría la bandera Latinoamericana… ¿Hoy sería una actitud sanmartiniana o duhaldista? En el colegio izábamos la bandera Argentina y abajo la bandera bonaerense…Je!


No, Lito, no me quiero olvidar de esto! Aunque quiera andar nuevos caminos…